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Editorial
Tienes en tus manos el número 2 de nuestra revista MIRA. Aparece con un mes de retraso conforme al calendario previsto, aspecto por el que, como responsable último de la edición de MIRA, pido disculpas a asociados y lectores de otras agrupaciones. Es el problema que ya otras muchas veces se ha citado y que, aunque sea como excusa, me vais a permitir: la disponibilidad de tiempo. En mi caso, que seguro es el de muchos, el hecho de ser aficionado no me permite dedicarle todo el tiempo que quisiera a esta pasión por los cielos; debo restar horas a mis quehaceres cotidianos y profesionales para poder sentarse ante el ordenador o el telescopio o a desarrollar lo que realmente me gusta. Os suena, ¿verdad? Siempre he creído que los amateurs (a ver si alguna vez nos ponemos todos de acuerdo en una denominación común porque los matices entre amateurs o aficionados no son del todo adecuados) somos gentes felices por tener siempre en la cabeza alguna esperanza: a ver si pillamos tal estrella en su máximo, averiguar cuándo se producirá la caída de no sé qué estrella, y, cambiando el mundo de las variables, ¿se acercará lo suficiente este dichoso cometa?, ¿Veremos una tormenta de Leonidas? Siempre tenemos un reto por delante que nos hace llenar los huecos de nuestras vidas (la cola del autobús, el viaje al trabajo, ese rato después de comer, los momentos de vigilia hasta que el sueño nos gana... Sin embargo, igualmente he creído siempre que somos los grandes frustrados en potencia: siempre queremos más; piensa si no lo crees cuantas veces te has descubierto diciendo: si tuviera 5 cms más de diámetro, si pudiera quedarme media horita más, si no amaneciera tan pronto, si tuviera un equipo mejor. ¿Y qué decir cuando observamos el estado de la atmósfera esa noche en que precisamente teníamos mil cosas previstas? Juan Luis González Carballo |