El Hilo de Consciencia

Un desconcertante concepto del Yo

©H.Rulot / Dr. en Física, Analista de sistemas informáticos

Diciembre 2009 - Febrero 2010

Claves: autoconsciencia, existencia, inteligencia artificial, proceso, identidad.

Advertencia preliminar
Los humanos siempre nos hemos creído el centro del mundo. En tiempos anteriores a Copérnico esta idea era incluso literal: pensábamos que el universo entero giraba alrededor de nuestra Tierra. Y antes de conocer la obra de Darwin, estábamos seguros de ser entes únicos, especiales y diferentes de todos los demás habitantes del este mundo. Aún hoy, ya admitido nuestro parentesco animal, nuestra petulancia pervive y seguimos convencidos de que poseemos algo que nos distingue absolutamente del resto de la creación: nuestra (auto)consciencia.
Y ello a pesar de que la naturaleza no ha dejado de asestarnos un varapalo tras otro cada vez que intentamos erguir presuntuosamente nuestro mal asentado orgullo. Sin falta, siempre que hemos alcanzado un nuevo entendimiento del mundo en que vivimos y de nuestro papel en él, hemos tenido que asumir una nueva y más humilde visión de nosotros mismos.
En cada una de estas ocasiones, el golpe ha resultado brutal, dolorosísmo para nuestra auto-estima; hasta el punto de que no han faltado a lo largo de la historia quienes han optado por rechazar de plano la nueva idea, evitando siquiera considerarla, para así poder conservar la visión idealizada de sí mismos.
Suponemos lo contrario, pero si se diera el caso de que el lector perteneciera a este tipo de  personas, no debería proseguir con la lectura de este texto. Lo que se presenta aquí, sin pretender ser revolucionario, expone unas pocas ideas que, de ser admitidas e interiorizadas, pueden resultar desequiilibrantes.
Al menos así lo han sido para el autor.
Advirtámoslo pues de antemano: es probable que la postura más adecuada sea a de olvidar todo lo que viene a continuación.

Introducción

En este texto se discurre sobre la autoconsciencia, el cómo puede surgir y el cómo se la puede relacionar con aquello que todos llamamos “Yo”, sin saber realmente de qué se trata. El “Yo”, esa especie de visión interior que nos distingue, creemos, de los otros animales; esa chispa que mira hacia afuera contemplando el mundo y sintiéndolo, la única cosa que realmente es seguro que existe.

Dicha reflexión se hace desde un punto de vista que es posible tildar de “simplista”, pues es habitual el considerar que la consciencia y el “Yo” son realidades mucho más complejas a como aquí se las presenta. Pero no hay razón bien demostrada para que así sea, por lo que nos permitiremos adherirnos a la idea de que la explicación más sencilla suele ser la buena.

Sin más dilación pues, presentemos la primera idea:

Es autoconsciente lo que es consciente de sí mismo

La aparente perogullada del título anterior no lo es tanto. Si nos atenemos a esta simple definición, podemos admitir que es posible existan todo tipo de seres autoconscientes. No decimos que “autoconsciente” implique la existencia de un “Yo”, por lo que no herimos nuestra sensibilidad de orgullosos humanos.

En particular, utilizando un modelo muy manido, podemos imaginar fácilmente un ordenador autoconsciente. Es decir, un ordenador en el que habremos introducido un programa capaz de modelizar el mundo y que, tras profundo análisis y aprendizaje de los datos que le proporcionemos sobre dicho mundo, llegue a construir un concepto o abstracción que le representa a él mismo (sus sensaciones, su cuerpo-ordenador,... ) en contraste con el resto de los conceptos con los que se encuentra en el mundo. Obviamente, si el ordenador tiene que ponerle nombre a este nuevo concepto, le llamará “yo”.

Nada extraordinario hasta ahora: se admite que muchos animales son autoconscientes, perros, gatos, incluso, recientemente, cerdos. Se suele utilizar para demostrarlo la prueba del espejo, admitiendo que, si es capaz de reconocerse en un espejo, es que es autoconsciente; es decir, sabe lo que es “yo”. Y el admitir que un sistema artificial pueda llegar a conseguirlo no es tan chocante, aunque puede ser aún tema de debate.

Mas difícil de aceptar es que:

Todo ente autoconsciente se percibe como “Yo”

Este es un gran paso. Hay gran resistencia a darlo. Implica de entrada que todos los animales que admitimos como autoconscientes son, además, “personas” que se perciben y sienten como nosotros. Y, lo que es peor, quiere decir que una máquina cualquiera puede llegar a sentir, puesto que nos creemos capaces de construir una máquina autoconsciente.

Es tremendamente duro para nuestro orgullo y, aún más, el discutirlo reabre el debate sobre la existencia del alma “que nos hace únicos”. Para evitarlo, nos pondremos a partir de ahora en el punto de vista no dualista, que supone que no existe alma separada del cuerpo.

Y, técnicamente, es indemostrable. No podremos nunca estar seguros si la persona que tenemos delante es “zombie filosófico” (un ser autoconsciente pero que no “siente”) o en realidad es un ser con “qualia” (que “siente”). En el resto del texto seremos fisicalistas (materialistas) y admitiremos que, si algo es indistinguible, es lo mismo. Profundizaremos en la idea de que no existen zombies filosoficos, sólo entes autoconscientes y el qualia no es nada extraordinario, por mucho que queramos creer que lo es.

Y la pista que nos aparece más segura para conseguirlo es la de considerar la construcción de la máquina autoconsciente. Un sistema que sea capaz de modelizar el mundo hasta el punto de llegar a crear el concepto “Yo” y razonar sobre él. Pensemos en un ordenador, en un programa razonador capaz de aprender y construir abstracciones de alto nivel. Un programa tal que, de deducción en deducción, empezará a pensar, es decir, a razonar con abstracciones de que pueden a llegar a ser metafísicas y/o espirituales.; un programa que piense en sí mismo. Un programa así, según nuestra definición, sería un programa autoconsciente.

Un programa que piensa y que, al final, se dá cuenta de que es “Yo”.

Un programa “rodando” en una máquina. Es decir, un proceso. El que piensa es el proceso.

Entonces, brota la idea principal:

La autoconsciencia reside en un proceso, NO en una máquina

Lo cual es un pensamiento clarificador. Obvio en cierta manera, pero profundo en el sentido que explica muchas de las dificultades para entender lo que es el “Yo”. La autoconsciencia existe mientras el programa (podríamos hablar informáticamente del “hilo” de procesamiento paralelo) esté en marcha y desaparece en cuanto se detiene. La máquina puede seguir funcionando, rodando en ella otros procesos, pero sin el hilo de consciencia, la autoconsciencia desaparece.

Volvamos a decirlo: desde dentro, el que se ve a sí mismo es el hilo de consciencia. Ése es el ente consciente que está razonando y sintiendo. El hilo o proceso, que en realidad es una secuencia ininterrumpida de cálculos o eventos, algo dinámico, que no para de cambiar. Y que cuando para, se esfuma.

¿No recuerda mucho eso al concepto que tenemos del “Yo”, de un espíritu?.

Y para imaginar este ente no es necesario recurrir a extrañas olas cuánticas que recorren el cerebro, como hace Penrose. Es simplemente una ola de procesamiento, de neuronas que se disparan unas a otras ininterrumpidamente, encendiendo sucesivamente un concepto abstracto tras otro.

Interesante. Pero la idea realmente cruel es la otra:

El ente consciente deja de existir en el momento en que su proceso se detiene

Porque, esa consciencia, reside en el hilo que rueda. Si detenemos el hilo, el proceso, la entidad “proceso” desaparece, deja de existir. Sólo reaparece, vuelve a la existencia, si se vuelve a poner en marcha. Si se vuelve a activar el cálculo o programa llamado “consciencia”.

¿No suena esto a lo que ocurre cuando ”perdemos la consciencia”?

Siempre pensamos que, de alguna manera, seguimos existiendo mientras podamos “recuperar la consciencia”. Falso. Nuestro cuerpo sí que sigue existiendo. Pero nuestra consciencia, “Yo”, no. Desaparece exactamente igual que cuando el cuerpo muere. El programa se ha detenido. Ya no es un proceso.

Esto es un concepto familiar en informática: se habla corrientemente de “matar” a un proceso. Y no es un eufemismo: realmente se está destruyendo un ente dinámico y borrando toda su información (temporal) asociada.

Desagradable e incómodo. “Yo” no existo para nada cuando estoy inconsciente.

Pero si mi cuerpo no está muerto, “Yo” vuelvo a existir en cuanto recobro la consciencia.

Cierto.

O no.

¿Cuál es la identidad de un proceso?. ¿Cuándo puedo decir que un proceso es el mismo que otro?. Esta duda se convierte ahora en una cuestión crucial. Todo hace suponer que el “yo” que siente será el mismo sólo si el proceso es el mismo.

Pero esto es muy difícil de concretar. Desde luego, si paramos un proceso y borramos toda su información (temporal) asociada (su estado) podemos afirmar que, si reanudamos el cálculo, se tratará de un proceso distinto (un nuevo cálculo, aunque sea con los mismos datos y resultados). Más dudoso es lo que ocurre si salvamos toda la información y reanudamos el cálculo justo donde lo habíamos dejado; en este caso se podría decir que es el mismo...pero también podría ser otro que sigue donde el anterior lo ha dejado.

Es decir, y aquí es donde nuestra desazón alcanza su máximo punto, hemos llegado a la idea de que:

Perder la consciencia y morir es lo mismo

Porque recobrar la consciencia significa tan sólo que nuestro cerebro ha reactivado un hilo de consciencia. El nuevo hilo rearranca a partir de los datos almacenados en nuestra memoria y se reconoce y se sitúa en el mundo a partir de esos datos. El nuevo “Yo” cree ingenuamente que es el mismo que antes porque se autoidentifica a partir de la memoria, pero en realidad sólo se está autoidentificando con su cuerpo, que es el que almacena los recuerdos. No hay nada que nos haga suponer que el nuevo “Yo” tenga necesariamente que ser el mismo que se quedó inconsciente. Por lo que a nosotros y a él mismo se refiere, el nuevo “Yo” es tan distinto del anterior “Yo” que ha residido en el mismo cerebro, como de cualquier otro “Yo” que ha residido o reside en cualquier otro cuerpo.

Podemos creer, para consolarnos, que nuestro cerebro rearranca el hilo de consciencia justo  donde lo había dejado, por lo que seguimos siendo “Yo” cuando despertamos. Pero no tiene mucho sentido ¿para qué se iba a molestar el cerebro en tal cosa? ¿no tenemos cierta sensación de desorientación cuando despertamos, no tardamos unos segundos en situarnos?. Eso son precisamente los síntomas de un nuevo hilo que se está reiniciando, no de uno que sigue donde estaba: en este último caso seguiríamos con el mismo pensamiento justo donde lo dejamos cuando nos dormimos (o desvanecimos, adecuada palabra).

Pensando en ello

Todo lo anterior nos deja suponiendo que hemos nacido hoy a la existencia, que nuestro “Yo”  existe, vive y siente durante el tiempo que permaneceremos conscientes y, luego, se desvanecerá despiadadamente. Mañana, otro “Yo” tomará posesión de nuestro cuerpo.

¿Es este pensamiento sensato?. Totalmente. Nada nos prueba que ayer estábamos en el mismo cuerpo que hoy. Ni siquiera que existiéramos. Nuestra única referencia es la memoria que está en nuestro cuerpo... y recordaríamos exactamente lo mismo si fuéramos nuevos en él.

Aquellos que crean en el alma nos rebatirán simplemente afirmando sin pruebas que se trata “de la misma alma” y, por lo tanto, del mismo “Yo”. Pero aún así podríamos debatir si no es otra alma distinta la que se ha reencarnado en el mismo cuerpo y “Yo” viene o se va a otro: la memoria reside en el cuerpo.

Hemos convertido el problema de la muerte en un problema frenéticamente cotidiano.

Todos los días redescubrimos el mundo con una nueva existencia.

Hoy estamos en este cuerpo, al que le han pasado estas cosas. ¿Mañana?.

¿Existiremos mañana? Estremecedoramente, la respuesta es la misma que a “¿existe la reencanación?”.

Y, admitiendo la idea de la extinción diaria, queda el problema de la existencia. Lo único que estamos seguros que existe es precisamente nuestro “Yo”.  Desde fuera, desde el punto de vista materialista de los demás, no hay dificultad; pero, desde nuestro punto de vista interno, la desaparición de “Yo” equivale a la desaparición de todo lo que existe. Y la aparición del yo equivale a la creación del mundo.

¿Existimos fuera de este mundo?. Sólo así podremos sobrevivir a mañana. Quizás nos convenga creer en los espíritus.

Descansad en paz. Esta noche.

Aplicando el modelo

El hilo de consciencia es una idea muy potente, lo que reafirma su credibilidad; nos proporciona un modelo sencillo con el que trabajar coherentemente sobre todo tipo de cuestiones relacionadas con nuestra identidad y la consciencia.

Con esta idea:

¿Es posible la inmortalidad?. No tiene sentido: morimos todos los días. Eso sí, hipotéticamente un ser que nunca perdiera la consciencia podría ser inmortal. Lo siento Ray.

¿Es el universo autoconsciente?.  Sí, desde luego. Es múltiplemente autoconsciente pues se trata de una máquina capaz de rodar múltiples hilos de consciencia simultáneamente: nosotros.

¿Es posible trasladar nuestro “Yo” a una máquina para vivir indefinidamente?. Ilusorio. No me interesa: si alguien lo consigue será otro “Yo”, no “Yo” que desaparezco esta noche. Para que mis ideas pervivan, mejor escribo un libro. Y... ¿Quién me dice que son “mis” ideas?. Las conclusiones pertenecen al cerebro que las almacena o al proceso que las construye?. Y, bueno, si alguien me lo propone para esta tarde, habría que conseguir sustituir mi cerebro por una máquina, sin parar mi hilo de consciencia. Endemoniadamente difícil. ¡Ha! y la máquina deberá ser capaz de mantenerme consciente indefinidamente.

Sería posible bifurcar mi hilo de consciencia en cualquier momento, para crear dos (o más) hilos. ¿Quién sería “Yo”?. Uno de ellos o ninguno: la identidad del proceso se pierde en cuanto se separan los datos y/o la secuencia. Nota: estamos postulando que la unidad de identidad depende de la unidad de pensamiento; en el momento en que los razonamientos divergen (dejan de comportarse como un único cálculo: los distintos hilos dejan de compartir datos), la identidad también.

¿Si me duplican, sigo siendo “Yo”?. Si te duplican sin perder el conocimiento, sí. Aunque dá un poco igual. A la mañana siguiente, los duplicados son tan “Yo” como tú mismo.

¿Es mi duplicado “Yo”?.  No. Obviamente se trata de un nuevo hilo de consciencia, en otra máquina, eso sí, que parte de una copia de los mismos datos y del mismo estado. Ver también “bifurcación”.

¿Pueden teletransportarme?¿Seré “Yo” al otro lado?. Ambigua respuesta, que depende del método de teletransporte. Si se trasladan los átomos de tu cuerpo instantáneamente sin detener ningún proceso corporal, podremos decir que al otro lado aparece tu “Yo”, pues el hilo de consciencia no se ha detenido, sus datos son los mismos e incluso la máquina es la misma. Si se trata de una copia idéntica con destrucción del original, ver respuestas anteriores.

¿Es posible un ser inteligente no autoconsciente o sin qualia?. No. Por nuestra propia definición, cualquier ente con inteligencia igual o superior a la nuestra tiene “Yo”. En realidad cualquier ser de inteligencia superior, digamos, a un perro, lo tiene.

¿Para qué preocuparme por el mañana si sólo existo hoy?. Por altruísmo hacia tu próximo “Yo”. La razón de siempre, un poco diluída.

La extrema humildad

La extrema humildad es otra buena razón para aceptar las ideas anteriores, pues las mismas implican la renuncia a toda pretensión de ser seres especiales, y esto es lo que la naturaleza misma nos ha demostrado repetidamente que no somos. Nuestro “Yo” es un simple proceso rodando en la máquina de nuestro cerebro. Es efímero, sólo dura unas horas. Es muy similar al“Yo” que posee cualquier animal con suficiente capacidad de abstracción. Una máquina puede sentir igual que nosotros, pues puede tener el mismo tipo de “yo”.

En el universo se celebra un infinito baile de “Yo”s apareciendo y desapareciendo sin descanso.

Efímeras chispas de consciencia que no llegan a ver el mañana.

Por cierto... es hora de acostarse: me despido humildemente.

Para siempre.

Agradecimiento

Debemos agradecer este texto al “Yo” que existió durante la tarde/noche del 16 de febrero de 2010 el cual, aunque se basó en las ideas y conclusiones de sus predecesores, fue el que, finalmente, dedicó parte de su existencia a plasmarlas por escrito. A él será a quien recordemos.

Algunas referencias

http://www.inteco.cl/articulos/013/texto_esp.htm

http://en.wikipedia.org/wiki/Philosophical_Zombie

http://es.wikipedia.org/wiki/Consciencia

http://www.kurzweilai.net/articles/art0134.html?printable=1

http://www.kurzweilai.net/artificial-general-intelligence-now-is-the-time

http://spectrum.ieee.org/biomedical/imaging/can-machines-be-conscious/1

http://discovermagazine.com/2009/feb/16-what-makes-you-uniquely-you