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Hipertexto: internet y sus precursores

En la red todo está conectado con todo. Un rizoma, un árbol cuyas ramas y raíces se bifurcan indefinidamente, una matriz, un fractal. Todas estas figuras de resonancia deleuziana pueden ayudarnos a entender cómo está distribuida y dispuesta la información en la red. Cuando hablamos sólo de los textos, el laberinto en los que cada nodo se conecta con otro tiene un nombre: hipertexto.

El hipertexto electrónico modifica no sólo el itinerario de lectura (arriesgaba Sarlo que en la red leemos salteándonos páginas y a una velocidad acelerada, como si estuviésemos siempre en la cresta de la ola) sino que, además, permite vislumbrar nuevas técnicas de composición y creación de sentido. Los links reordenan la estructura narrativa e introducen la posibilidad de que el lector pueda interaccionar con el texto, transformarlo o traducirlo.

El hipertexto parece también volver realidad la utopía de una escritura colectiva que alguna vez desveló a los dadaístas. La novela Q (léase el artículo de Carlos Gamerro en 'Artículos citados en esta sección') o la misma naturaleza de los blogs parecerían dar cuenta de este aparente fenómeno.

No obstante, es menester señalar que el principio subyacente al hipertexto electrónico (el de la interconexión de textos que habilitan múltiples entradas de lectura) no es nuevo para la literatura.

En tiempos muy lejanos, ya el Talmud (obra que recopila las discusiones rabínicas de leyendas orales, costumbres y leyes de la tradición judía) proponía una estructura similar a la del hipertexto electrónico. Asimismo, Eco nos recuerda que 'antes de la invención de las computadoras, los poetas y narradores soñaron con un texto totalmente abierto para que los lectores pudieran recomponer de diversas maneras hasta el infinito. Esa era la idea de Le Livre, según la predicó Mallarmé. Raymond Queneau también inventó un algoritmo combinatorio en virtud del cual era posible componer millones de poemas a partir de un conjunto finito de versos. A comienzos de los años sesenta, Max Saporta escribió y publicó una novela cuyas páginas podían ser desordenadas para componer diferentes historias, y Nanni Balestrini metió en una computadora una lista inconexa de versos que la máquina combinó de diferentes maneras hasta producir diferentes poemas. (...)

Todos estos textos físicamente desplazables dan la impresión de una libertad absoluta para el lector, pero es sólo una impresión, una ilusión de libertad. 'La maquinaria que permite producir un texto infinito con un número finito de elementos existe desde hace milenios: es el alfabeto'.

Desde un punto de vista similar, Jorge Luis Borges advertía que desde la Ilíada en adelante todas las metáforas íntimas y necesarias fueron advertidas y escritas alguna vez. En La metáfora menciona las clásicas: río-tiempo, mujer-flor, estrellas-ojos, vejez-crepúsculo, sueño-muerte, ensueño-vida.

Muchas veces ha insistido en la finitud del inventario que conforman las palabras del lenguaje. Sin embargo, para Borges, el stock es reducido en su número pero infinito en su posibilidad de combinar e intenso en su uso. En 'La esfera de Pascal' (http://www.sololiteratura.com/bor/borlaesdera.htm),escribe: 'Quizás la historia universal es la historia de unas cuantas metáforas'.

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